jueves, 19 de enero de 2017

JEAN-PIERRE LEAUD: DE FRANCOIS TRUFFAUT A ALBERT SERRA. De Antoine Doinel “El Pequeño Desertor” a LUIS XIV “El Rey Sol”


 
Revisionando el personaje de Antoine Doinel, encuentro a un Jean-Pierre Leaud en la película “Besos robados” -1968- emulando a un vendedor de calzado a quien su encargada reprende por no encontrar unos zapatos de una clienta, diseño “estilo Luis XIV”. Han transcurrido 48 años, el destino y la casualidad, le brindan a Leaud el paso de plebeyo a rey sol de la mano de Albert Serra en “La muerte de Luis XIV”.
Intuyo el condicionamiento que el personaje de Antoine Doinel ha ocasionado a Jean-Pierre Leaud, dada la importancia de nacer de la mano de un maestro del cine como fue Francois Truffaut. ¿Realmente Antoine Doinel es Jean-Pierre Leaud o en su defecto Jean-Pierre Leaud interpreta a Antoine Doinel? Nunca lo sabremos, es posible que hasta al propio actor se le confunda la idea en sueños.

El lujo de ser Antoine Doinel, personaje de postín, no tiene alter-ego en el cine desde sus inicios a finales del siglo XIX. Es único e irrepetible, reiteradas veces emulado, como de pasada, en diversas películas. François Truffaut fue muy grande con “Los cuatrocientos golpes” (1959), un debut de una exquisitez ejemplar, rupturista, innovador, esencial en el surgimiento de una nueva forma de contar que hasta entonces no se contemplaba, hoy día los directores tienen una gran deuda con la Nouvelle Vague.

Antoine Doinel es por encima de todo “una melena al viento”, unos ojos perspicaces, acompañados de un rápido andar y correr, unas actitudes libres, cultas - lee a Balzac desde temprana edad y le enciende velas a modo de santificación-, anarquistas, cariñosas, tiernas, asustadizas, un pecador impecable, un adultero irredento.
 
La prematura muerte de Françoise Truffaut nos dejó con la incógnita de ver un Doinel entrado en años, la circunstancia nos da la oportunidad de poner nuestra imaginación al servicio del pensamiento abstracto particular, pudiendo fabular un Antoine Doinel particular, una vez finalizado su último trabajo, casi ya maduro, en “El amor en fuga” (1978).

Será Albert Serra quien devuelva la melena a Antoine Doinel en “La muerte de Luis XIV”, esta vez como postizo feo, ostentoso y me atrevo a decir que hasta sucio dada la condición de sucio que le atribuye la historia al rey.

Mi maravilloso Antoine Doinel, se convierte en la mirada del director, en un anciano Luis XIV, prodigioso. Aquellos ojos vivos y seductores de Jean Pierre Leaud, hoy a sus 72 años, emulando al rey son la viva imagen de la desolación y la muerte próxima. Su cuerpo entonces esbelto, ágil, grácil y ligero, hoy esta postrado en su lecho de muerte, oscura y tenuemente iluminado, lleno de dolor, putrefacción y respiración fatigosa - impagables las imágenes que dedica el director al abdomen que se infla y desinfla cual maquina asistida de hospital de siglo XX I- el rostro de Antoine Doinel., hoy Luis XIV, ha pasado de la divertida sonrisa con dientes descolocados, de los ojos del provocador deseo, a la mueca dolorosa, triste e insigne de un rey a quien le cuesta aceptar que sus días han acabado en este mundo después de un larguísimo reinado de más de 70 años. Sus piernas raudas y agiles de antaño hoy están doloridas y una de ellas gangrenada.

En verdad Antoine Doinel, fue un rey absoluto, a su manera, pasaba con suavidad y despiste del querer al dejar de querer, de la vivencia inmediata y urgente a secuenciar pausadamente muchas circunstancias vitales.
 
El Luis XIV de Serra, acumula todos los poderes, mandatos, la admiración de una corte aduladora y unos médicos, con escasos datos sobre el cuerpo humano, que Jean Pierre Leaud interpreta sabiamente para la historia del cine, como nos legó su personaje de Antoine Doinel.

En un artículo de la revista Cinema Comparat, Albert Serra dice textualmente: “Todas las películas deben nacer solo en la pantalla. Nada de lo que vemos debe haber sucedido antes en la realidad. Solo la cámara debe ser capaz de registrar aquello esencial del actor; las personas en el rodaje no deben poder percibirlo. Por eso, me he acostumbrado, cada vez más, a no observar lo que sucede en el plato cuando se está grabando. Cada escena debe ser nueva, con nuevos diálogos, nuevos giros, y si ya ha sido contemplado se vuelve vieja y gastada. Ni siquiera puede ser pensada, ni concebida en un sentido físico. La escena solo existe en el rostro del actor y su reacción espontanea es nuestra mirada de espectador”

El lenguaje de la mirada, del instante que capta la cámara es la esencia y el fundamento de la interpretación de Jean Pierre Leaud en “La muerte de Luis XIV”. Dichas esencias son latentes en cada una de las arrugas de su rostro, de provocadora respuesta, al igual que el palpitar de sus mejillas. Al percibirlas los espectadores las dotamos de un sentido personal. Con esto queda demostrado que un mismo gesto puede ser sentido de muy diversas maneras dependiendo de quién lo viva. Este lenguaje fílmico es muy personal, peculiar y transcendente. Rompe con el clasicismo de la narrativa cinematográfica usada por infinidad de creadores.

Durante la época histórica en la que transcurre la película –siglo XVIII-, la medicina tenía unos conocimientos mediocres, con unos resultados catastróficos. Albert Serra evoca y rinde culto al médico personal del monarca, Fagon, quien pensaba que todos los males que pasaba su amado rey tenían su origen en su dentadura, por ello le extrajo todos los dientes y llego a romperle la mandíbula, influyendo mucho en su manera de comer, limitándole a sopas, purés, todo se lo trituraban. Fagon en su incondicionalidad y entrega, comienza diagnosticándole una ciática al regreso de una partida de caza. Al poco tiempo le aparecen manchas negras que denotan presencia de una gangrena, con terribles dolores y provocadora de olores desagradables. Ya cuando desespera, ante la impotencia de sentirse inútil, aprueba la visita de un personaje que dice poseer un remedio milagroso, si bien le alivia momentáneamente no le cura, entrando con el paso de las horas en un estado semi-comatoso.

La recreación de todas estas situaciones es acompañada de unas tamizadas luces, unas conversaciones- casi susurradas- que solo suben la entonación cuando se van a dirigir al rey pera alertarle.
La gestualización del elenco actoral en muchas ocasiones es llevada a terrenos que rondan los lenguajes teatrales.

Albert Serra con su cine pretende salvar el muro contra el que el público choca al afrontar películas que exigen puntos precisos de profundidad. Aportar un alimento diferente, no habitual en los lenguajes fílmicos, creando situaciones concretas y puntuales, como es la agonía y ultimas horas de Luis XIV en su lecho de muerte. Se salta los cánones clásicos del cine “basura”, los productos de enriquecimiento ilícito, para el esto es una responsabilidad y pretende contribuir con rigor y estilo intelectual a una formación cultural diferente.
“La muerte de Luis XIV” es una muy buena película de la que es importante impregnarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario