Revisionando el personaje de Antoine Doinel, encuentro a un Jean-Pierre
Leaud en la película “Besos robados” -1968- emulando a un vendedor de calzado a
quien su encargada reprende por no encontrar unos zapatos de una clienta,
diseño “estilo Luis XIV”. Han transcurrido 48 años, el destino y la casualidad,
le brindan a Leaud el paso de plebeyo a rey sol de la mano de Albert Serra en
“La muerte de Luis XIV”.
Intuyo el condicionamiento que el personaje de Antoine Doinel ha ocasionado
a Jean-Pierre Leaud, dada la importancia de nacer de la mano de un maestro del
cine como fue Francois Truffaut. ¿Realmente Antoine Doinel es Jean-Pierre Leaud
o en su defecto Jean-Pierre Leaud interpreta a Antoine Doinel? Nunca lo
sabremos, es posible que hasta al propio actor se le confunda la idea en
sueños.
El lujo de ser Antoine Doinel, personaje de postín, no tiene alter-ego
en el cine desde sus inicios a finales del siglo XIX. Es único e irrepetible,
reiteradas veces emulado, como de pasada, en diversas películas. François
Truffaut fue muy grande con “Los cuatrocientos golpes” (1959), un debut de una
exquisitez ejemplar, rupturista, innovador, esencial en el surgimiento de una
nueva forma de contar que hasta entonces no se contemplaba, hoy día los
directores tienen una gran deuda con la Nouvelle Vague.
Antoine Doinel es por encima de todo “una melena al viento”, unos ojos
perspicaces, acompañados de un rápido andar y correr, unas actitudes libres,
cultas - lee a Balzac desde temprana edad y le enciende velas a modo de
santificación-, anarquistas, cariñosas, tiernas, asustadizas, un pecador
impecable, un adultero irredento.
La prematura muerte de Françoise Truffaut nos
dejó con la incógnita de ver un Doinel entrado en años, la circunstancia nos da
la oportunidad de poner nuestra imaginación al servicio del pensamiento
abstracto particular, pudiendo fabular un Antoine Doinel particular, una vez
finalizado su último trabajo, casi ya maduro, en “El amor en fuga” (1978).
Será Albert Serra quien devuelva la melena a Antoine Doinel en “La muerte de Luis XIV”, esta vez como
postizo feo, ostentoso y me atrevo a decir que hasta sucio dada la condición de
sucio que le atribuye la historia al rey.
Mi maravilloso Antoine Doinel, se convierte en la mirada del director,
en un anciano Luis XIV, prodigioso. Aquellos ojos vivos y seductores de Jean
Pierre Leaud, hoy a sus 72 años, emulando al rey son la viva imagen de la
desolación y la muerte próxima. Su cuerpo entonces esbelto, ágil, grácil y
ligero, hoy esta postrado en su lecho de muerte, oscura y tenuemente iluminado,
lleno de dolor, putrefacción y respiración fatigosa - impagables las imágenes
que dedica el director al abdomen que se infla y desinfla cual maquina asistida
de hospital de siglo XX I- el rostro de Antoine Doinel., hoy Luis XIV, ha
pasado de la divertida sonrisa con dientes descolocados, de los ojos del
provocador deseo, a la mueca dolorosa, triste e insigne de un rey a quien le
cuesta aceptar que sus días han acabado en este mundo después de un larguísimo
reinado de más de 70 años. Sus piernas raudas y agiles de antaño hoy están
doloridas y una de ellas gangrenada.
En verdad Antoine Doinel, fue un rey absoluto, a su manera, pasaba con
suavidad y despiste del querer al dejar de querer, de la vivencia inmediata y
urgente a secuenciar pausadamente muchas circunstancias vitales.
En un artículo de la revista Cinema Comparat, Albert Serra dice
textualmente: “Todas las películas deben nacer solo en la pantalla. Nada de lo
que vemos debe haber sucedido antes en la realidad. Solo la cámara debe ser
capaz de registrar aquello esencial del actor; las personas en el rodaje no
deben poder percibirlo. Por eso, me he acostumbrado, cada vez más, a no
observar lo que sucede en el plato cuando se está grabando. Cada escena debe
ser nueva, con nuevos diálogos, nuevos giros, y si ya ha sido contemplado se
vuelve vieja y gastada. Ni siquiera puede ser pensada, ni concebida en un
sentido físico. La escena solo existe en el rostro del actor y su reacción
espontanea es nuestra mirada de espectador”
El lenguaje de la mirada, del instante que capta la cámara es la esencia
y el fundamento de la interpretación de Jean Pierre Leaud en “La muerte de Luis
XIV”. Dichas esencias son latentes en cada una de las arrugas de su rostro, de
provocadora respuesta, al igual que el palpitar de sus mejillas. Al percibirlas
los espectadores las dotamos de un sentido personal. Con esto queda demostrado
que un mismo gesto puede ser sentido de muy diversas maneras dependiendo de
quién lo viva. Este lenguaje fílmico es muy personal, peculiar y transcendente.
Rompe con el clasicismo de la narrativa cinematográfica usada por infinidad de
creadores.
Durante la época histórica en la que transcurre la película –siglo
XVIII-, la medicina tenía unos conocimientos mediocres, con unos resultados
catastróficos. Albert Serra evoca y rinde culto al médico personal del monarca,
Fagon, quien pensaba que todos los males que pasaba su amado rey tenían su
origen en su dentadura, por ello le extrajo todos los dientes y llego a
romperle la mandíbula, influyendo mucho en su manera de comer, limitándole a
sopas, purés, todo se lo trituraban. Fagon en su incondicionalidad y entrega, comienza
diagnosticándole una ciática al regreso de una partida de caza. Al poco tiempo
le aparecen manchas negras que denotan presencia de una gangrena, con terribles
dolores y provocadora de olores desagradables. Ya cuando desespera, ante la
impotencia de sentirse inútil, aprueba la visita de un personaje que dice
poseer un remedio milagroso, si bien le alivia momentáneamente no le cura,
entrando con el paso de las horas en un estado semi-comatoso.
La recreación de todas estas situaciones es acompañada de unas tamizadas
luces, unas conversaciones- casi susurradas- que solo suben la entonación
cuando se van a dirigir al rey pera alertarle.
La gestualización del elenco actoral en muchas ocasiones es llevada a
terrenos que rondan los lenguajes teatrales.
Albert Serra con su cine pretende salvar el muro contra el que el
público choca al afrontar películas que exigen puntos precisos de profundidad.
Aportar un alimento diferente, no habitual en los lenguajes fílmicos, creando
situaciones concretas y puntuales, como es la agonía y ultimas horas de Luis
XIV en su lecho de muerte. Se salta los cánones clásicos del cine “basura”, los
productos de enriquecimiento ilícito, para el esto es una responsabilidad y
pretende contribuir con rigor y estilo intelectual a una formación cultural
diferente.
“La
muerte de Luis XIV” es una muy buena película de la que es importante
impregnarse.