Me parece oportuno empezar con las
palabras de Rafael Gordon en la presentación del libro de Antonio Peláez
Barceló, “Rafael Gordon, la conciencia” editorial Huerga &
Fierro, que tuvo lugar en la Sgae, por considerarlas un pequeño señero de lo
que su cine nos aporta:
“El ser humano por el mero hecho de
tener inteligencia, merece algo más que el realismo,
la brutalidad y la denuncia sistemática del otro. Intentemos comprender al otro”
Los rasgos peculiares de un artista
como el que abordamos, son una obra con personalidad propia y reconocible. En
él la cámara se nota por razones expresivas, peculiares, intrínsecamente
personales. Sus Inmovilidades sobre una sola imagen nos dan tiempo para pensar
en el mensaje, es su necesidad de libertad provocadora. Nos involucra en su percepción e imaginación.

La realidad viene
representada en los momentos en que Amalia está en contacto con los personajes
de su cotidianidad, caso de la hermana, la sobrina y la alumna, el mendigo,
estos siempre interrumpidos por la abstracción de la que es portadora. El simbolismo es la figura con que representa el
director un concepto moral o intelectual. Gordon experimenta con el carácter
poético del cine. La Importancia de la cantidad de elementos visuales que
arropan al argumento es visible: gallina, huevo, virgen del Pilar, radiografías,
fotografías… Reestructura la acción según su voluntad. Sensaciones de
improvisación en escenas calculadas al milímetro. Con ello deleita, persuade y
conmueve.
No es casual que la
primera y última imagen de la película sea un primer plano-secuencia dedicado
al agua. En su mirada poco ortodoxa, el agua ocupa un lugar prioritario, onírico-simbólico.
Siempre asociada con la luna, la menstruación, la mujer y la lluvia. El hecho
de que en temporalidad, se asocie al presente y por supuesto que con la creación,
hacen de la protagonista un ser humano en continua lucha por regenerarse o
dejarse ir. Aquí el peso de lo ético-moral se deja ver en la importancia
trascendental que poseen para el director.
La presencia del
sillón precintado con una cuerda que impide su uso, donde Unamuno estuvo
sentado en el pasado es un símbolo trascendental para captar la personalidad
autoral de Rafael Gordon. No es casual, pienso yo, que se elija al filosofo
aludido, ya que fue un heterodoxo en su época
-como lo es el director en la suya-, que además era portador de una mala
salud -como la poseída por el personaje de Amalia- y que por afición tenia la
cocotología, constructor de pajaritas de papel, que para Unamuno eran un
símbolo de independencia de pensamiento. Aquí en “Todo mujer” veremos a Amalia
y al mendigo flautista jugando con ellas. Intercambiándoselas en un afán identificador
de sus vidas.
Metáforas inundan la película, dramáticas, ideológicas,
plásticas. Contemplar pasivamente las imágenes narrativamente encadenadas, no
conduce a desentrañar lo profundo de la obra que subyace en sus símbolos que
son continuos a lo largo del filme. La gallina, es el recurso para acabar con
el hambre inmediata de Amalia, simboliza la necesidad de consumar actos de
primera necesidad como es el saciar su hambre. La roca enorme amenazante y con
vida propia, se mueve, simboliza el peso de los ancestros, la historia
familiar, el padre, la madre, la hermana, la asfixia, la falta de fuerzas, la
sumisión a la tradición. La flauta del mendigo que padece síndrome de Asperger es
símbolo objetual reforzante de las acciones, cobrando una importancia
fundamental cuando esta emite sonidos en forma de sosiego.

La película “Todo
mujer” no solo es cine independiente, además lleva sello autoral, en
ella Rafael Gordon es director y
guionista. Su tema se enmarca en la decadencia
de la sociedad y en la soledad,
no es profuso en diálogos y sí utiliza gran variedad de recursos. Su proceso
creativo es libre y tiene control hasta en el más ínfimo detalle del trabajo.
Por esto nos
encontramos con una producción cinematográfica minimalista, construida en torno a un personaje y su cotidianidad,
capturado íntimamente en su palacio en ruinas, localizado en Segovia.
Asistimos a una mirada
retrospectiva e introspectiva, al
personaje de Amalia (Isabel Ordaz), un espacio, palacio en ruinas de Segovia y
una forma de vivir la enfermedad y las metáforas de la misma, secuencia tras
secuencia donde ocurren cosas. Las más pequeñas e invariables tienden a ser
explicadas por el director de una manera concreta y coherente.

¿Quién dijo que no
había papeles protagonistas para mujeres mayores de 40 años en el cine?
Aquí esta Isabel
Ordaz, buena muestra de un personaje femenino analizado en cuerpo y alma, lleno
de matices, profundidad, amor y desamor, humor y dolor. Los registros
dramáticos y cómicos de la actriz son innumerables. Su interpretación es
variada y nada fácil por la versatilidad y complejidad del personaje.
Mi enhorabuena a Rafael Gordon por lanzar su propio y
personal mensaje-punto de vista, inundado de arquitectura moral y estética y
por seguir luchando por la ética de la independencia y la autoría cultural.
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